
04 Abr Pikionis y las colinas de Atenas
En la Atenas de los años 50, Constantinos Karamanlis, Ministro griego de Obras Públicas, encargó al arquitecto Dimitris Pikionis la ordenación del entorno de la Acrópolis de Atenas, como parte del proceso general de recuperación de la zona arqueológica del centro de la ciudad.
Pikionis, que había recibido un encargo utilitario, realizó sin embargo un moderno proyecto de arquitectura total. El proceso de ejecución fue lento, de mayo de 1954 a febrero de 1958, casi cuatro años en los que no faltaron las presiones para que culminara la obra. Pero Pikionis, consciente de su responsabilidad, no podía dejar nada al azar para conseguir un paisaje, unos accesos y un entorno dignos del lugar donde se habían fraguado los cimientos de la cultura occidental.
Los caminos que llevan a la Acrópolis o a la Colina de Filopapo (también conocida como Colina de las Musas) no fueron diseñados para llegar a un destino, sino para recorrer ese destino. Cuando pisamos los senderos de Pikionis resulta imposible no mirar al suelo, pero su propósito no es distraer nuestra atención lo que nos rodea, sino más bien amalgamar, perfeccionar y revalorizar toda ese legado, mediante una intervención de tipo iniciático: el camino lo es todo, cuando lo que se persigue no es la meta sino la plena consciencia y la comunión con la belleza.
Pikionis no sólo ordena el paisaje, sino que opera el humilde prodigio de integrar la maravilla de la Acrópolis en un conjunto que le otorga su verdadero valor ético y político, rescatándola del que, de otro modo, habría sido el miserable destino de convertirse únicamente en un producto turístico más.

La grandeza de Pikionis le lleva a conformarse con lo horizontal, a contentase con la vereda sin alzarse del humilde suelo no más allá de un metro, y ello en contadísimas ocasiones. Los caminos que nos llevan a la Acrópolis, a la Colina de las Musas, a Pnika o a la Colina de las Ninfas añaden al espacio que ordenan el punto justo de excitación necesario para turbarnos, sin arrojarnos a la estupefacción; y es en ese proceso sutil donde el artista se borra a sí mismo de una manera sublime.
Para la elaboración de sus alfombras pétreas Pikionis utilizó materiales de derribo: mármoles y cerámicas procedentes de las incontables casas neoclásicas del siglo XIX que fueron demolidas con fruición durante la primera mitad del XX. Pikionis les da a estos materiales una segunda vida y los pone en contacto con las obras inmortales de la Grecia clásica, que sí lograron al primer intento perdurar a través de los siglos y acariciar la eternidad.
En Pikionis el reciclaje adquiere un significado que va mucho más allá de lo utilitario o de lo ecológico; la reutilización de materiales tiene para él un significado dialéctico y relacional, cargado de simbolismo: los elementos desechados se descontextualizan para transmutarse en el necesario punto de contacto entre el pasado remoto de la Grecia clásica y el presente, en el que el artista modela un paisaje nuevo y primordial.
Pero Pikionis no es sólo un arquitecto o un paisajista, es sobre todo un filósofo. Lo comprendemos bien recorriendo la estrecha vereda que lleva a la Colina de las Musas: el camino serpentea por la ladera y nos conduce hasta la cumbre, desde donde tenemos una de las muchas mejores vistas de la Acrópolis que pueden encontrarse en Atenas. Pikionis nos ayuda a llegar, pero lo hace sin olvidar que las Musas son inspiración y no orden, son sugerencia para la creación y no obra terminada. El camino está ahí, pero en su recorrido se nos invita a abandonarlo para recrearnos en todo lo que hay a su alrededor; y también a detenernos a cada paso para apreciar los dibujos hechos con pedazos de piedra y restos cerámicos que nos remiten a símbolos universales: discos solares, triángulos, cuadrados, círculos, libros sagrados, ánforas, arcas, estrellas, ojos…
El camino creado por Pikionis es una continua invitación al pensamiento crítico, a la convivencia de lo diverso, a la iniciativa y a la creatividad. Es el camino que da la espalda al totalitarismo y que abre las puertas de la libertad y de la sensibilidad. Todo él está jalonado de una vegetación baja, que matiza la vista. La rotundidad del Partenón necesita ser velada por las agujas de los pinos, el sentido político de la Acrópolis se enriquece al enmascararse entre las ramas de los olivos y se humaniza entre las hojas de los algarrobos. Pikionis nos enseña a escapar de las visiones absolutas, nos acerca lentamente a la cima y nos sugiere que la verdad es el resultado del camino o es el camino mismo.
Sólo al llegar a la cumbre, desaparece, y no del todo, la vegetación, y la vista se torna despejada. Pero en la cima de la Colina de las Musas no hay miradores deliberados, el visitante debe conformarse con unos peñascos resbaladizos que se asoman con peligro a la ciudad. Manteniendo en pie el equilibrio sobre ellos o buscando una oquedad de la roca para tomar precario asiento y resguardarse del viento, es posible todavía, en gran soledad y con plena consciencia, detenerse y contemplar la ciudad completa, la presente y la pasada, la eterna y también la futura Atenas.
Pikionis consigue que antes de ver la luz que nos ha sido prometida, nos hayamos demorado en el camino el tiempo necesario para que, al final, la maravilla de la Acrópolis y de todo lo que la rodea sea verdaderamente nuestra.

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